martes, 12 de agosto de 2008

EL SENTIDO DEL PAN QUE PEDIMOS

Por Pbro. Edgar Gabriel Stoffel

A San Cayetano le pedimos el pan. Un pedido que refleja la experiencia de buena parte de la humanidad, porque el pan es lo de cada día para el hombre.
Jesús no ha pasado por alto esta realidad y la ha incorporado a la oración que dejó como legado a sus discípulos: "Danos hoy nuestro pan de cada día".
En casi todas las culturas, el pan aparece como símbolo de la vida humana, ya que él alimenta y hace posible la misma.
Los ha habido de las más diversas formas y elaborados con los más diversos cereales, a lo largo de los siglos y en distintos pueblos, aunque casi siempre ha tenido el mismo significado.
Podríamos decir que el pan es lo diario, lo cotidiano, ya que está en la base de nuestro vivir y convivir.
Decir pan es decir alimentarse y, como sabemos, no hay vida si no hay alimento.
Pero también puede pasar que falte el pan y, entonces, nuestra existencia humana experimenta que está expuesta a la amenaza del hambre, de la enfermedad y de la muerte.
Cuando falta el pan, la vida diaria se torna un morir un poco cada día, un anuncio de la muerte definitiva.
En algunos pueblos, la vida es comparada con un banquete. La misma Sagrada Escritura presenta esta imagen, en la cual el hombre, viviendo, participa del festín de la vida, aunque a veces no participa del mismo porque lo excluyen o porque no le interesa.
El trabajo
Ahora bien, este acto diario que es el alimentarse y que se expresa en el pan nos remite a una actividad por la cual es posible obtenerlo.
Nos referimos al trabajo, que también pedimos a nuestro Patrono.
La vida cada día se da como búsqueda y lucha por el pan, el cual no puede ser obtenido sino con el sudor de la frente, en la actividad laboral.
Si unas líneas más arriba decíamos que el pan era vida, ahora señalamos que nuestro trabajo viene a incorporarse a ésta, ya que expresa nuestra intención como hombres de mantenernos, conservarnos y perpetuarnos en ella.
En este sentido, podemos decir que el trabajo alegra nuestro corazón.
Sin embargo, este mismo trabajo pone de manifiesto un aspecto penoso de la existencia, ya que la labor de cada día nos cansa y nos desgasta.
Un carácter penoso, el cual adquiere una dimensión que lastima cuando se carece de trabajo, ya que, a través de la desocupación, se le cierra al hombre la posibilidad de responder a la naturaleza que Dios le ha dado y de luchar por la vida.
Habría una tercera situación, que se da cuando el hombre no quiere trabajar. Con esta actitud se está negando a su vocación e ingresa, por lo tanto, en la dimensión de lo pecaminoso.
En todas estas situaciones -aunque con perspectivas diversas-, el hombre toma conciencia de la muerte como realidad: en el primer caso, porque no lo puede todo por sí; en el segundo, porque se queda marginado del banquete de la vida; en el tercero, porque el pecado es la puerta de entrada de la muerte.
Lo cotidiano en nuestra existencia es disfrutar del trabajo y de los frutos que de él se obtienen. De allí la maldad de impedir que otros trabajen, la de no querer trabajar o la de hacer mal nuestro trabajo.
El gozo del trabajo se expresa en la recepción de un salario justo, del descanso al final de la jornada, que adelanta al del domingo, el de compartir el pan con los compañeros y con la familia, que son las razones que justifican el hecho de trabajar, ya que, como decía Juan Pablo II, sin trabajo no hay familia. Y hoy, más que nunca, el trabajo es trabajo con otros y para otros.
Por ello, el drama de la desocupación arroja al hombre a un largo tiempo "sin hacer nada", que no es lo mismo que el descanso, ya que quien no tiene ocupación para interrumpir es ganado por la pre-ocupación de no saber qué hacer con un tiempo que se convierte en impotencia, esterilidad y marginación.
Si la falta de trabajo o el trabajo no reconocido privan o limitan al hombre en su relación con el pan, hay que decir también que, aun cuando el pan abundase, éste no sería suficiente, puesto que dicho pan, que alimenta y sostiene nuestro cuerpo, no puede superar la dimensión temporal.
La Eucaristía
Pero el pan como imagen no se limita a este pan material ganado con el esfuerzo, sino que adquiere también una dimensión comunicativa. Esto, ya que, si el trabajo es con otros y para otros, el pan, que es su fruto, no le puede ir a la zaga.
Lo normal es que el pan se coma con otros: la familia, los compañeros, los amigos e, incluso, con desconocidos. Y, aunque pueda darse que el pan se coma en soledad, esto constituye una excepcionalidad o está poniendo de manifiesto algún tipo de crisis de la persona: incapacidad para compartir, egoísmo, aislamiento.
Lo primero genera la vida social en sus diversas dimensiones, a tal punto que podemos visualizar al pan como constructor de la comunidad, en tanto que lo segundo expresa las diversas formas de indiferencia, soledad y fractura, la no comunidad, la incomunicación al punto de llegarse a pensar que el infierno son los otros.
De allí que en este año le pidamos a San Cayetano que el pan que nos concede nos lleve a la comunión con los otros.
Cuánto contenido entonces en el humilde y oloroso pan que compartimos a diario y que cada día 7 buscamos en los santuarios dedicados a San Cayetano, puesto que en el mismo se resume nuestra historia, hecha de trabajo, angustias y luchas.
Sin embargo, dada su condición de cotidiano, este pan experimenta su límite, y con él, el hombre que se sacia para sustentar la propia existencia, ya que este pan que se come para sostener la vida no alcanza para vencer a la muerte.
Por eso, ante esta limitación, Dios le ofrece al hombre otro pan verdadero y definitivo, que alimenta para la vida eterna y que es el propio cuerpo de su Hijo amado, quien acertadamente nos ha recordado que "no sólo de pan vive el hombre", no tanto para negar la verdad que el pan encierra, sino para darnos hambre de ese Pan que es Él mismo.
Será entonces en la Eucaristía donde la verdad del pan cotidiano alcanza su máxima posibilidad, ya que, en un ámbito celebrativo que fue preparado con el descanso y del cual forma parte, el Señor toma dicho pan, que es fruto de nuestro trabajo, penas, alegrías y luchas, y por la acción de su Espíritu lo transforma en el Pan vivo bajado del Cielo.

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