lunes, 18 de agosto de 2008

SAN CAYETANO según el testimonio de Erasmo Danese (un contemporaneo)

"El Padre Don Cayetano fue para mí un gran padre. Le conocí y traté con él muchas veces, como conocí igualmente a todos los primeros Teatinos que vivían en San Pablo en aquellos tiempos ya lejanos.
Del P Don Cayetano yo aseguro que fue un padre tan venerable que soy incapaz de exponer debidamente sus grandes bondades y virtudes. Modelo en toda su vida. Era muy amable en el trato, muy pacifico y modesto, de pocas palabras, y de fuerte oración. En el templo estaba siempre de rodillas apoyado en un reclinatorio, con el rosario en la mano o con algún libro devoto, muchas veces le vi llorar Era sencillo en la comida, y frecuentemente ayunaba, por mas que yo, como jovencito, no ponía mayor cuidado en observar estas acciones. Hablaba con mucha modestia, especialmente en los sermones que nos daba en el comedor
Era siempre el primero en los trabajos de casa, como lavar la ropa, barrer y demás quehaceres domésticos.
El primero siempre en los oficios nocturnos. Cantaba los salmos lentamente y con alegría. En sus genuflexiones se inclinaba profundamente. Acabado el oficio de lectura no se movía del coro, permanecía en su silla con el rosario en la mano. Se reconciliaba con gran humildad, con gran devoción iba a celebrar, lo que hacía casi siempre en el altar de San Andrés, o en el altar mayor. Yo le ayudaba en la misa por mi condición de joven y novicio.
Después se decía la hora intermedia, y acto seguido se iba al comedor, donde se comían de las pocas limosnas que nos habían mandado. Muchas veces íbamos al comedor sin encontrar en la mesa mas que pan y un poco de fruta. Recuerdo que un día sólo había unos trozos de pan y cuatro habas tiernas. Pero el Señor movía a algún devoto para hacernos la caridad, por lo que Don Cayetano estableció que se enteraran todos, en público comedor, las limosnas que se mandaban para agradecer la caridad y alabar al Señor, a cuya inspiración era debida. A todos exigía que rogáramos al Señor por los autores de ésta y otras limosnas.
Irreprensible en su conducta. Era casto, pacifico y misericordioso. No conocía límites su atención a los enfermos. Les daba de comer con sus propias manos, les prodigaba sus servicios, como ocurrió especialmente con la enfermedad del P Marcos. Cuidaba con mayor atención a los enfermos de la comunidad.
Su recámara era muy pobre, con un mísero colchón de paja donde descansaba, una almohada, una mesa con su asiento, algunos libros y una estampa de papel. Él se vestía con una sotana gruesa, con calcetines blancos y pantalones a la veneciana.
Era de estatura mediana, más alto que bajo, de cara redondeada; tenía las mejillas ligeramente sonrosadas, con una hermosa nariz, unos bellos ojos y una boca llena de suavidad. Llevaba la barba corta, un poquito encanecida, con los cabellos hasta las orejas. Usaba un bonete redondo a la veneciana, pero después comenzó a usarlo de cuatro picos al modo antiguo.
En fín, no podré decir todo lo referente a este Padre venerado, quien fue hombre de extraordinaria virtud y de gran santidad y ejemplo".

jueves, 14 de agosto de 2008

SANTA FE Y EL JUEGO

Mons. José M. ARANCEDO



Con ocasión de la inauguración del Hotel y Casino en Santa Fe, quiero
referirme de modo especial al tema del juego. Este hecho, la
inauguración del Hotel, ha sido saludado como un acontecimiento que hace
al desarrollo de la ciudad, incluso de la región. No cabe duda que la
instalación de un nuevo Hotel, junto a un Centro de Convenciones y un
futuro Paseo de Compras y Restaurante, son realidades que hacen a la
vida y puesta en valor de nuestra ciudad.



Pero creo que en este contexto válido e importante el tema del juego ha
ingresado y es aceptado, tal vez, sin una mayor reflexión. Considero que
es un tema que presenta aristas que hacen a la vida y a la cultura de un
pueblo, para lo cual no alcanzan sólo criterios económicos y
urbanísticos, sino que deben ser vistos desde una antropología social
que nos habla e ilumina sobre comportamientos humanos, que debemos
conocer y prever. No todo lo que es ganancia en un sentido, es útil y
conveniente a nivel social como proyecto cultural para futuras
generaciones. Tampoco es correcto refugiarse en un cierto progresismo de
aceptar todo lo nuevo por ser nuevo, esta actitud muchas veces esconde
una falta de libertad para decir no. El límite es necesario, y adquiere
toda su verdad y nobleza cuando es parte de un proyecto y de un saber
hacia dónde queremos ir; insisto, el tema del juego no puede ser sólo
parte de una ecuación económica sino considerado dentro de un proyecto
que tenga como centro al hombre concreto, con sus posibilidades y
fragilidades, y en el marco de su realización.



El avance del juego en una sociedad ha debilitado históricamente tanto
al hombre como a sus comunidades. Por ello la presencia del Estado es
tan necesaria para que no quede ese hombre y su familia desprotegidos.
Ahora bien, en la aparente imagen de un juego controlado por el Estado,
se introducen una serie de prácticas que son sumamente negativas e
incontrolables. Hay una industria creciente del juego. Me refiero, por
ejemplo, al tema de las "máquinas tragamonedas". He leído que para
empezar hay 600 máquinas de última generación. Esto lo digo con aprecio
a mi ciudad, respeto por sus autoridades, pero a fuer de sincero con
preocupación por el avance del juego en Santa Fe. El avance de una
realidad no es neutro en una sociedad, casi siempre ocupa un tiempo o
lugar que desplaza o posterga otros tiempos y realidades. El tema del
juego como emprendimiento comercial no es un tema menor ni ingenuo. Por
ello la tarea de la política como responsable y servidora del bien
común, llamada a cuidar su presente y a diseñar su futuro, es tan
importante para el bien y el desarrollo de una comunidad.



En este esquema de juego, casi siempre sin límites de días y horarios,
es dónde más gente concurre y, por lo mismo, más daño se hace. No se
llenan las "maquinitas" con un turismo que atraemos, sino con nuestra
gente, jóvenes, jubilados y muchas veces con hombres y mujeres pobres,
que se inician en un hábito que llega a convertirse en una adicción, la
"ludomanía". Además, en torno a esta actividad aparece toda una serie de
personas y circunstancias que la rodean y que no ayuda, ciertamente, al
bien de la persona y el crecimiento social de la comunidad. Recuerdo
estos juicios y sus consecuencias, que no quisiera ver en mi ciudad, de
un estudio de investigación periodística que se realizó en Buenos Aires,
en los locales de juego del Hipódromo Argentino de Palermo, y que fuera
publicada no hace mucho por el diario La Nación.



No se puede argumentar con seriedad, por otra parte, que todo depende
de la libertad y formación de la gente. Los que manejan estos
emprendimientos conocen las pasiones y debilidades del hombre concreto,
las consecuencias y el daño lo sufren inmediatamente sus mismos clientes
y familias, y al final la misma sociedad. Esto no es una crítica
ideológica al capitalismo, aunque no puede quedar la salud moral y
social de una comunidad a los intereses o agenda que maneja el mercado
del juego. Por ello es responsabilidad de la autoridad en sus diversos
niveles, actuar y saber poner límites, aunque ello signifique una
pérdida en términos económicos, o pueda ser visto como una actitud en
contra del progreso.



Como decía al principio el tema del juego es primariamente cultural y
no económico, su manejo social es un tema de sabiduría y prudencia
política, entendiendo la política como una parte de la ética llamada a
crear las mejores condiciones de vida en la ciudad (polis), para que el
hombre pueda alcanzar en ella su desarrollo integral. Estas reflexiones,
que nacen de una cosmovisión humanista del hombre como ser social y de
la importancia de valorar la cultura del trabajo como base de su
dignidad y libertad, me pareció oportuno escribirlas y ponerlas al
servicio de los ciudadanos como de sus autoridades.

14 DE AGOSTO DE 2008

martes, 12 de agosto de 2008

EL SENTIDO DEL PAN QUE PEDIMOS

Por Pbro. Edgar Gabriel Stoffel

A San Cayetano le pedimos el pan. Un pedido que refleja la experiencia de buena parte de la humanidad, porque el pan es lo de cada día para el hombre.
Jesús no ha pasado por alto esta realidad y la ha incorporado a la oración que dejó como legado a sus discípulos: "Danos hoy nuestro pan de cada día".
En casi todas las culturas, el pan aparece como símbolo de la vida humana, ya que él alimenta y hace posible la misma.
Los ha habido de las más diversas formas y elaborados con los más diversos cereales, a lo largo de los siglos y en distintos pueblos, aunque casi siempre ha tenido el mismo significado.
Podríamos decir que el pan es lo diario, lo cotidiano, ya que está en la base de nuestro vivir y convivir.
Decir pan es decir alimentarse y, como sabemos, no hay vida si no hay alimento.
Pero también puede pasar que falte el pan y, entonces, nuestra existencia humana experimenta que está expuesta a la amenaza del hambre, de la enfermedad y de la muerte.
Cuando falta el pan, la vida diaria se torna un morir un poco cada día, un anuncio de la muerte definitiva.
En algunos pueblos, la vida es comparada con un banquete. La misma Sagrada Escritura presenta esta imagen, en la cual el hombre, viviendo, participa del festín de la vida, aunque a veces no participa del mismo porque lo excluyen o porque no le interesa.
El trabajo
Ahora bien, este acto diario que es el alimentarse y que se expresa en el pan nos remite a una actividad por la cual es posible obtenerlo.
Nos referimos al trabajo, que también pedimos a nuestro Patrono.
La vida cada día se da como búsqueda y lucha por el pan, el cual no puede ser obtenido sino con el sudor de la frente, en la actividad laboral.
Si unas líneas más arriba decíamos que el pan era vida, ahora señalamos que nuestro trabajo viene a incorporarse a ésta, ya que expresa nuestra intención como hombres de mantenernos, conservarnos y perpetuarnos en ella.
En este sentido, podemos decir que el trabajo alegra nuestro corazón.
Sin embargo, este mismo trabajo pone de manifiesto un aspecto penoso de la existencia, ya que la labor de cada día nos cansa y nos desgasta.
Un carácter penoso, el cual adquiere una dimensión que lastima cuando se carece de trabajo, ya que, a través de la desocupación, se le cierra al hombre la posibilidad de responder a la naturaleza que Dios le ha dado y de luchar por la vida.
Habría una tercera situación, que se da cuando el hombre no quiere trabajar. Con esta actitud se está negando a su vocación e ingresa, por lo tanto, en la dimensión de lo pecaminoso.
En todas estas situaciones -aunque con perspectivas diversas-, el hombre toma conciencia de la muerte como realidad: en el primer caso, porque no lo puede todo por sí; en el segundo, porque se queda marginado del banquete de la vida; en el tercero, porque el pecado es la puerta de entrada de la muerte.
Lo cotidiano en nuestra existencia es disfrutar del trabajo y de los frutos que de él se obtienen. De allí la maldad de impedir que otros trabajen, la de no querer trabajar o la de hacer mal nuestro trabajo.
El gozo del trabajo se expresa en la recepción de un salario justo, del descanso al final de la jornada, que adelanta al del domingo, el de compartir el pan con los compañeros y con la familia, que son las razones que justifican el hecho de trabajar, ya que, como decía Juan Pablo II, sin trabajo no hay familia. Y hoy, más que nunca, el trabajo es trabajo con otros y para otros.
Por ello, el drama de la desocupación arroja al hombre a un largo tiempo "sin hacer nada", que no es lo mismo que el descanso, ya que quien no tiene ocupación para interrumpir es ganado por la pre-ocupación de no saber qué hacer con un tiempo que se convierte en impotencia, esterilidad y marginación.
Si la falta de trabajo o el trabajo no reconocido privan o limitan al hombre en su relación con el pan, hay que decir también que, aun cuando el pan abundase, éste no sería suficiente, puesto que dicho pan, que alimenta y sostiene nuestro cuerpo, no puede superar la dimensión temporal.
La Eucaristía
Pero el pan como imagen no se limita a este pan material ganado con el esfuerzo, sino que adquiere también una dimensión comunicativa. Esto, ya que, si el trabajo es con otros y para otros, el pan, que es su fruto, no le puede ir a la zaga.
Lo normal es que el pan se coma con otros: la familia, los compañeros, los amigos e, incluso, con desconocidos. Y, aunque pueda darse que el pan se coma en soledad, esto constituye una excepcionalidad o está poniendo de manifiesto algún tipo de crisis de la persona: incapacidad para compartir, egoísmo, aislamiento.
Lo primero genera la vida social en sus diversas dimensiones, a tal punto que podemos visualizar al pan como constructor de la comunidad, en tanto que lo segundo expresa las diversas formas de indiferencia, soledad y fractura, la no comunidad, la incomunicación al punto de llegarse a pensar que el infierno son los otros.
De allí que en este año le pidamos a San Cayetano que el pan que nos concede nos lleve a la comunión con los otros.
Cuánto contenido entonces en el humilde y oloroso pan que compartimos a diario y que cada día 7 buscamos en los santuarios dedicados a San Cayetano, puesto que en el mismo se resume nuestra historia, hecha de trabajo, angustias y luchas.
Sin embargo, dada su condición de cotidiano, este pan experimenta su límite, y con él, el hombre que se sacia para sustentar la propia existencia, ya que este pan que se come para sostener la vida no alcanza para vencer a la muerte.
Por eso, ante esta limitación, Dios le ofrece al hombre otro pan verdadero y definitivo, que alimenta para la vida eterna y que es el propio cuerpo de su Hijo amado, quien acertadamente nos ha recordado que "no sólo de pan vive el hombre", no tanto para negar la verdad que el pan encierra, sino para darnos hambre de ese Pan que es Él mismo.
Será entonces en la Eucaristía donde la verdad del pan cotidiano alcanza su máxima posibilidad, ya que, en un ámbito celebrativo que fue preparado con el descanso y del cual forma parte, el Señor toma dicho pan, que es fruto de nuestro trabajo, penas, alegrías y luchas, y por la acción de su Espíritu lo transforma en el Pan vivo bajado del Cielo.

martes, 5 de agosto de 2008

EL CULTO A SAN CAYETANO EN SANTA FE

‘En calle Padre Genesio 1650 está el templo parroquial
SAN CAYETANO en Santa Fe.
¿Estará naciendo un nuevo Santuario...?’
Padre Edgardo Trucco, 1988

La devoción a San Cayetano no es algo nuevo en Santa Fe, ya que desde hace décadas los santafesinos han honrado al Patrono del Pan y del Trabajo en la Capilla del Colegio “San Cayetano” en el extremo sur de la ciudad o frente a alguna de las imágenes que existen en los templos de la ciudad e incluso, en 1939 con motivo de la creación de la Parroquia de Nuestra Señora de Lasalette se pensó en nominarlo como Vice-Patrono de la misma.

Desde los años ´80 de manera lenta pero sin intermitencias, comienza a crecer como centro de devoción a San Cayetano, el templo de la Parroquia del mismo nombre, sito en calle Padre Genesio 1664.

Los orígenes

Se ha dicho que los santuarios o los lugares populares de culto no pueden inventarse y que el pueblo creyente los va generando en la medida que en dichos lugares descubre un lugar propicio para el encuentro con Dios.

Esta afirmación, se comprueba entre nosotros, ya que en los orígenes de la comunidad parroquial donde se lo venera, nunca se tuvo en cuenta este aspecto y podría decirse que creció al margen de la misma.

La celebración del Patrono no trascendía fuera del barrio, y se lo vivía como algo íntimo: la Santa Misa, la procesión y luego un encuentro comunitario con almuerzo y juego para los niños y adultos.

El padre Elvio Alberga recuerda de aquellos años que ‘... no había crecido aún el conocimiento y el afecto popular por este patrono del pan y del trabajo, pero la intuición inicial de Monseñor Nicolás Fasolino y el apoyo que luego prestó monseñor Vicente F. Zazpe comenzó a surtir efecto’

Por lo general se celebraba la fiesta el domingo más cercano al día 7 y la imagen del Santo para la procesión se pedía prestada.

Y así aconteció por lo menos hasta el año 1981, en que las celebraciones tienen una impronta intra-parroquial, ya que la devoción popular a San Cayetano sigue transcurriendo ante la imagen del Santo que se encuentra en la capilla del Colegio de los padres concepcionistas, sito en Urquiza y J. J. Paso donde ya se lo veneraba desde los años 40-50.

Un nuevo centro cultual

A comienzos de los años ´80 comenzaban a notarse los efectos de la política económica del gobierno militar que repercutían no solo sobre los salarios de los trabajadores, sino sobre el trabajo mismo ya que no pocas fábricas cerraban o reducían su planta de personal.

Paralelamente, el movimiento obrero que comenzaba a reorganizarse y a plantear públicamente las reivindicaciones de los trabajadores en su conjunto, para lo cual se sentía animado por la reciente aparición de LABOREM EXERCENS de Juan Pablo II y la experiencia de SOLIDARCNOS polaco, redescubrirán el sentido de San Cayetano como intercesor del Pan y del Trabajo.
Por su parte, los Medios de Comunicación empiezan a mirar con mayor interés el hecho que se producía en Liniers en torno al Santuario de San Cayetano, pero sin lograr comprender la fe popular.

En éste contexto, se produciría un cambio fundamental para la comunidad parroquial sita en Guadalupe Oeste, ya que el año 1982 será el punto de inflexión para encarar de una manera nueva la celebración de San Cayetano.

Para ese año, la fiesta patronal se había pensado con el tradicional sentido intra-parroquial, aunque a través de algunos Medios de Comunicación se había abierto al resto de la sociedad.

La afluencia de devotos de San Cayetano, superó todas las expectativas que entonces se tenían y puso de manifiesto que era necesario solemnizar más el día 7 de agosto, al cual concurrió la gente a pesar de que la procesión estaba organizada para el día siguiente.

Una semana después, en una jornada de evaluación, el ya citado padre Alberga afirma la necesidad de “... contemplar los aspectos positivos como así también los negativos a fin de que nos sirvan de experiencia para nuestra acción en el futuro, pues tenemos la obligación de canalizar el torrente de fe que se exterioriza en ésta fecha de manera que sea auténtica y fecunda”.

A nuestro juicio, éste es e momento en que se sientan las bases para que la Parroquia de San Cayetano, aún desconocida para muchos santafesinos, comience a convertirse lentamente en un lugar de culto popular y su comunidad tome conciencia de que su fiesta deberá ser compartida con hermanos que provienen de diversas partes de la ciudad.

La organización de los festejos del año 1983 tienen en cuenta la experiencia del año anterior y se busca equilibrar lo propiamente parroquial con su sentido de apertura, especialmente el día del Santo Patrono, ocasión en que el templo estuvo abierto desde la mañana temprano con gran concurrencia de fieles.

Durante la jornada se celebraron tres misas (toda una novedad), una de las cuales fue presidida por Mons. Vicente Zazpe, al finalizar la procesión que recorrió varias cuadras del barrio con una imagen que facilitaba la familia Senn.

Con la presencia del nuevo Párroco, el Pbro. Gustavo Vietti, la pastoral en torno a la devoción a San Cayetano recibe un fuerte impulso y a mediados de mayo de 1984 se comenzaban a organizar los festejos del Santo, proponiéndose en la primera reunión la bendición de los instrumentos de trabajo en la Misa central y la invitación a la CGT santafesina para que adhiera a los actos.

Sin embargo aún se sigue privilegiando el domingo más cercano al día 7 para los festejos centrales, pero los devotos del Santo van a concurrir mayoritariamente el día del patrono del Pan y del Trabajo.

En 1984 se agregó una innovación, que a partir de ese momento se convertiría en uno de los símbolos: los pancitos.

El impacto de lo acontecido ese año, hace que a partir de 1985 se comience a privilegiar el día 7 para los actos centrales, aunque corresponda a día laborable, llevándose a cabo la procesión y misa en el marco de un día gris y frío la cual es presidida por primera vez por Mons. Storni.

Una historia abierta ...

A partir de 1986, la devoción a San Cayetano se ligará a la Pastoral del Mundo del Trabajo que intenta llevar adelante nuestra Arquidiócesis y a la par crece la afluencia de devotos no sólo el 7 de Agosto sino los días 7 de cada mes, por lo cual comienza a celebrarse una Misa especial cada 7 de mes, tomándose para cada ocasión un tema de reflexión y bendiciéndose al final de al misa el pan de San Cayetano.

La concurrencia de devotos ha ido creciendo año a año, y no solo por las políticas económicas o la falta de trabajo, ya que en los concurrentes se manifiestas rasgos profundamente religiosos y eclesiales que se ponen de manifiesto en la participación en la Misa, Sacramento de la Reconciliación y Caridad para con los hermanos, lo cual ha obligado a multiplicar la celebración de misas año a año y mes a mes.

Así, de las tres misas que se celebraron el 7 de agosto de 1985, hoy se celebran once, ocupando las centrales la calle frente al templo; y de la que celebrábamos el 7 de noviembre de 1986, a las seis que se celebran en la actualidad.

Nuestro San Cayetano no es un Santuario, aunque desde hace algunos años se lo considera lugar concurrido de Culto, pero lo más importante es que los habitantes del gran Santa Fe perciben que en torno al Santo Patrono se genera un ámbito propicio para el encuentro con Dios en cuanto hombres y mujeres de trabajo, ocupados o no.

Para corroborar esto, en el año 1989 el entonces Arzobispo decidía que la festividad del 1º de Mayo, dedicada a San José Obrero y a los trabajadores se realizara a partir de ese momento”... en la Parroquia San Cayetano, Santo al cual tan ligados están los trabajadores argentinos”.

También nuestro actual Arzobispo, Mons. José María Arancedo, desde su llegada a Santa Fe en el año 2003 ha querido compartir con los devotos de nuestro Patrono la Fiesta grande ‘... como un peregrino más...’ ya que como el mismo lo señala ‘San Cayetano está presente en el corazón, en la sensibilidad y en la fe de nuestro pueblo...’



Pbro. EDGAR GABRIEL STOFFEL
estoffel@ucsf.edu.ar

CAMINANDO HACIA SAN CAYETANO

Por Pbro. Edgar Stoffel

En estos días y hasta el 7 de agosto, no pocos santafesinos se pondrán en camino hacia el corazón de Guadalupe Oeste, para poder venerar al Patrono del Pan, la Paz y el Trabajo en su templo de calle P. Genesio 1644.

Frente a la imagen de San Cayetano elevarán sus plegarias, dando gracias por los favores recibidos para sí o para otros, a la vez que volverán a pedir por una serie de necesidades que tienen que ver con cosas tan simples como lo son el pan y el trabajo, fundamentales para la existencia sobre la tierra.

No pocos se preguntan qué sentido tiene el caminar en medio de una sociedad compleja y cada vez más virtual e informatizada, que parece poner al alcance de nuestras manos todo lo que deseamos en el menor tiempo posible.

Sin embargo, el caminar tiene la capacidad de hacer tomar conciencia a cualquier ser humano de la verdadera dimensión de nuestra vida y, en el caso del cristiano, de que buscamos una ciudad futura, ya que no tenemos aquí un lugar permanente. Como decía el español Manuel Aparici: "Toda la vida es un gran peregrinación, y hay que vivirla como peregrinos: sintiéndonos extranjeros sobre la tierra, caminar hacia la Patria definitiva".

El caminar permite descubrir que, a pesar de los problemas, podemos ir hacia delante, hacia esa meta definitiva que es el cielo y que en el santuario tiene un adelanto, que es, a la vez, memoria de la finalidad por la cual caminamos.

Un caminar en medio de una sociedad cada vez más individualista y vuelta sobre sí misma, que nos brinda la posibilidad de hacerlo con otros compartiendo nuestro tiempo y poniendo de manifiesto nuestras limitaciones y miedos.

En una sociedad acelerada y que ha perdido la capacidad de asombro ante la obra de Dios, el caminar nos permite descubrir el ritmo de Dios y, a la par, el ritmo propio de la vida humana y del resto de la creación.

En este sentido, la conciencia cristiana considera que no son excluyentes la confianza en la trascendencia y el compromiso con lo temporal y ésta es, en definitiva, la explicación de por qué millares de fieles que caminan hacia San Cayetano lo hacen no escapando de sus responsabilidades cotidianas o esperando soluciones mágicas para sus problemas.

Para el caminante a San Cayetano la meta a alcanzar se le presenta como el lugar privilegiado para el encuentro con Dios, ya que es el mismo Señor el que ha suscitado ese lugar para sellar con los hombres su pacto salvífico.

Se trata, entonces, de un verdadero acto de fe Ämas allá de las connotaciones profanas que adquieraÄ, por el cual se reconoce la iniciativa divina, e implica, de parte del caminante, una respuesta esforzada y exigente.

En este sentido, el camino, que puede ser realizado de diversas maneras Äa pieo en medios de transporteÄ, es un momento de preparación para el encuentro espiritual.

Este caminar con-sentido, que lleva al encuentro con Dios y tiene su adelanto en el santuario, nos abre a la experiencia de una auténtica comunicación en un mundo en que, paradójicamente, se venden millones de celulares y, sin embargo, estamos cada vez más incomunicados; y, a la par, nos permite hacer la experiencia del "tocar", cuando tomamos contacto con las imágenes o signos sagrados que encontramos en el mismo.

El caminar se inscribe en la lógica de Jesús, quien se revela a sí mismo como "el Camino" (Jn. 14,6) y así lo ha entendido el cristianismo a lo largo de la historia (Hch 9,2, 18,25, etc), razón por la cual el caminar es una actitud propia del verdadero discípulo del Señor.

Caminar hacia San Cayetano pone de manifiesto nuestra condición de homo viator, necesitado de purificación y vida comunional, como asimismo, una especie de movimiento desde nuestra propia situación hacia la fuente de la Vida que se manifiesta en los sacramentos de la reconciliación y penitencia.

También en esta sociedad materialista puede darse el interrogante de por qué caminar hasta el santuario a pedir algo tan material como el pan o el trabajo a Dios, o si estas peticiones no terminan alienando a las personas.

Esperar de Dios la paz, el pan y el trabajo nada tiene de mágico, sino que, por el contrario, es una verdadera profesión de fe acerca de la acción de Dios en la historia. Sin dudas que tal aseveración es ininteligible para la mentalidad del mundo moderno, que prescinde de la providencia de Dios y tiende a separar lo divino de lo humano, pero es por demás claro en la economía de salvación cristiana.

Por otra parte, estas peticiones se enmarcan en la tradición de los Padres de la antigua comunidad cristiana y en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, encerrando las principales ideas del Evangelio del trabajo anunciado a la sociedad de nuestro tiempo.

Hay que señalar que tampoco tienen nada de "alienantes", ya que, por lo general, quien se acerca al santo a pedir la gracia del pan y del trabajo no se resigna a ser un sujeto que espera pasivamente que los mismos le lleguen sin esfuerzo, sino que, por el contrario, sale a conquistarlos cada día, lo cual queda expresado en aquella expresión popular tan significativa: "A Dios rogando y con el mazo dando".

En San Cayetano (como meta del caminar y lugar privilegiado para el encuentro con Dios), el hombre de la ciudad moderna, acosado por nuevos miedos (la desocupación, el bajo salario que no le permite vivir con dignidad, la perdida de su identidad, la soledad, etcétera), recupera la unidad fundamental de la que la conciencia fracturada de la modernidad reniega: Dios y creatura, religión y trabajo, tradición y progreso, fe y vida, cielo y tierra, eternidad e historia.

SAN CAYETANO. PAN Y TRABAJO

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

En la celebración de San Cayetano si bien se habla del Trabajo, presenta, sin embargo, una característica especial que es su referencia al tema del Pan.
Esta referencia, que es lo propio de la celebración de San Cayetano, tiene un profundo significado religioso y cultural. En ella se nos habla de una particular y fecunda relación entre pan y trabajo, que nos debe llevar a considerarlos en su unidad.

Es común en este día escuchar aquella frase que nos dice: “que no llegue el pan a tu mesa sin el trabajo de tus manos”; como aquella otra: “que tu trabajo alcance para llevar el pan a tu mesa”. Creo que estos dos términos definen el alcance y la riqueza de esta verdad que hace a la dignidad de la persona, como al nivel de equidad de una sociedad. En San Cayetano se nos habla del valor de la cultura del trabajo.

La relación entre pan y trabajo presenta un fuerte sentido bíblico como fuente de una cultura. Ella reconoce al hombre como sujeto libre y responsable, pero también al trabajo como un derecho del hombre; esto último lo convierte en un reclamo que hace a la de la sociedad. Los dos términos son importantes: dado que el pan que llega a la mesa sin trabajo se convierte en una dádiva que esclaviza; y el trabajo, por otra parte, que no alcanza para llevar el pan a la mesa de la familia es injusto y denigra. En el primer caso se lesiona la dignidad del hombre, en el segundo la justicia social.

Como vemos, el trabajo no es un elemento más de una cadena productiva, sino expresión de la dignidad y exigencia de justicia social. Esto tan sencillo de decir no siempre es asumido, sea por el mismo hombre como una dimensión de su vida, o por la sociedad cuando no lo presenta como un valor. Este tema necesita, por ello, tanto del testimonio de cada hombre que valora y cuida su trabajo, como de la sociedad que lo debe considerar como una dimensión necesaria en el desarrollo integral del hombre. Esta certeza debe ser asumida por cada familia y ser objeto de educación. Qué triste cuando un niño crece en un mundo que ha desconectado el valor del trabajo, como elemento esencial de su dignidad y realización, del horizonte de los valores que hacen al pleno desarrollo de su vida.

Creo que la celebración de San Cayetano nos presenta la bondad de esta relación –pan y trabajo- que hace a la dignidad del hombre y cultura de un pueblo; ella lo expresa en términos de oración, de docencia, pero también de denuncia. De oración porque venimos a pedir y agradecer el trabajo como parte esencial de nuestra vida; de docencia, para expresar que el trabajo es una dimensión necesaria para el hombre, y finalmente, de denuncia, para advertir a la sociedad que la falta de trabajo, la desocupación, es una situación de injusticia. La justicia, recordemos, es dar a cada uno lo que le corresponde. La celebración de San Cayetano se convierte, así, en una catequesis que es tanto religiosa, como social y política.

Reciban de su Obispo junto al afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús.

EL REINO DE DIOS

Baltazar MORENO

Más de una vez hemos escuchado en nuestras celebraciones dominicales estas bellas palabras cantando: “Busca primero el Reino de Dios y su Justicia divina y por añadidura lo demás se te dará... (Mt 6, 33). Estas palabras las asimiló perfectamente San Cayetano de Thiene y, más aún, su vida fue una constante búsqueda del Reino de Dios; y todavía más: supo inculcar esta búsqueda, esta actitud de vida en su congregación teatina al grado de ser uno de los rasgos distintivos de los Clérigos Regulares Teatinos.


Reflexionemos un poco sobre este tema tan querido por los hermanos teatinos. Por principio, el Reino de Dios es ni más ni menos que el Evangelio de Jesús, la Buena Nueva, (esto es lo que significa la palabra ev-angelio). Jesús irrumpe en la historia del hombre y viene con una misión bien concretita: predicar el Reino de Dios, es decir, el amor del Padre. En ningún momento Jesús viene a predicarse él mismo, sino sólo lo que el Padre le ha encomendado. Por tanto, si Jesús viene a predicar el Reino de Dios, el amor de su Padre, no va a hablar de algún territorio político o geográfico en particular, o de algún espacio de tierra en algún continente. No va a hablar tampoco de un puñado de súbditos sujetos a su mandato o autoridad. El Reino de Dios es más bien un reinado, una realeza, una soberanía real; en otras palabras, creo que es una actitud de vida, un estilo y un estado de vida. Pienso que así lo entendió san Cayetano y sus teatinos.

Con la venida de Jesús, llega también una gozosa expectativa: la llegada del Reino de Dios, pero no a la manera de algunos grupos político-sociales del tiempo de Jesús que creían que él venía a cambiar las estructuras políticas y sociales que prevalecían en esos momentos, no. Jesús venía a traer el mensaje del Reino a la manera de los limpios de corazón que recitaban junto con el salmo 96,13: “ya llega a regir la tierra, regirá el orbe con justicia y a los pueblos con equidad”. Es decir, que Jesús trae todo un programa de vida en donde se buscará que los hombres y mujeres de la tierra vivan en la justicia y en la equidad o igualdad de condiciones. Pero esto no lo podemos lograr si primero no nos disponemos a recibir ese reino de amor, de justicia y de equidad. El mensaje del Reino viene en la línea de Juan el Bautista, es decir, en la línea de la conversión. Es necesario disponer nuestro corazón, cambiarlo de todo aquello que nos ata a acercarnos al Padre. De esta manera podremos más fácilmente iniciar la búsqueda.

El Reino de Dios es un símbolo utópico (ideal) de esperanza que expresa el deseo de una nueva historia humana y de una nueva realidad en donde hombres y mujeres vivan un estado de gracia y de justicia que solo Dios puede lograr. Dios realiza así el ideal regio de Justicia según las concepciones bíblicas. Porque el verdadero Rey es el que protege a los desvalidos, a los débiles, a los pobres, a las viudas y a los huérfanos. El reino de Dios es entonces una Buena Nueva para los despreciados por la sociedad, los pecadores según la ley, los más pequeños a los ojos del mundo, para los más sencillos, los que tienen un trabajo despreciable, para los incultos, los ignorantes, los hambrientos, los sedientos, los desnudos y forasteros, los enfermos y encarcelados.

Exigencias del reino de Dios
El Reino de Dios es para todos ellos en primer lugar, como bien lo dice el mismo Jesús en las Bienaventuranzas. Esto también lo podemos ver en la vida que llevó san Cayetano en el gran amor que tuvo por los pobres y él mismo se cuenta entre los más pobres de los pobres.

Al Reino de Dios que se acerca, Jesús corresponde con la esperanza, pero además le sirve con una práctica de amor y de justicia.

Conversión
Como lo mencionamos, es necesario un sincero arrepentimiento del pecado y apartarse de él y aceptar a Dios tal cual es.

Amor
Sin amor nada podemos hacer, estamos vacíos como dice san Pablo.

Seguimiento
El aceptar el Reino nos compromete a seguirlo. En su caso, los discípulos de Jesús aceptaron el Reino y se comprometieron dejando todo por seguir a Jesús. No quiere decir que ya jamás pasaremos penas ni problemas, no. Los mismos apóstoles titubearon muchas veces y renegaron de su suerte, pero al final la fuerza del Espíritu los llevó a dar la vida por ese Reino.

También nosotros estamos llamados para ser discípulos al servicio del Reino de Dios con todas sus exigencias. Es nuestra vocación y servicio como hijos de Dios llevar a todas las partes del mundo esta buena nueva hasta llegar a dar la vida por el Evangelio.

Esto es lo primero y después... todo lo demás se nos dará POR AÑADIDURA.